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Crisis de Rohingya

 

Cerca de 1600 niños han sido separados de sus familias - una cifra aproximada, dada la escala del éxodo que aún continúa

Antes de huir de la casa que ardía en llamas la cual, Mohammed creyó que sería la tumba de su madre, y antes de la ofensiva militar que expulsó a 500.000  personas  de sus hogares en Myanmar, Mohammed Shafiq, de tan solo 12 años, era un niño feliz y tranquilo.

Mohammed Shafiq  y su familia eran dueños  de 14 vacas y 7 cabras,  él solía jugar en los campos alrededor de su pueblo en el estado de Rakhine, en Myanmar, antes de que huyeran de la violencia.

Las cosas para Mohammed han cambiado y ahora vive en una pequeña habitación en el campo de refugiados de Kutapalong, en Bangladesh, con una sala decorada con cuadros desgastados de niños jugando y un hogar improvisado para otros niños huérfanos a causa de la crisis.

Restos de vulnerabilidad

"Mientras huía de nuestra casa en llamas, mi madre me dijo que estaba demasiado enferma para salir, y que debía salvarme a mí mismo", explicó Shafiq, cuyo padre había muerto una muerte natural unas semanas antes”.

"No pudimos sacarla a tiempo", explicó, "los militares disparaban y apuñalaban a la gente y sentía miedo y corría".

“Creo que murió en esa casa en llamas”.

Desde que los militares de Myanmar respondieron a los ataques del grupo militante Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA) a finales del mes pasado, los campamentos en Bangladesh que albergaban a generaciones anteriores de Rohingya expulsados ​​de su patria han sido inundados por los recién llegados.

El gobierno de Bangladesh y los organismos humanitarios han luchado para responder con velocidad y a la escala de la crisis, y en medio del caos y la confusión, los niños de Rohingya han sido una de las víctimas más vulnerables del conflicto. 

Hasta ahora, el número de muertos en medio de la destrucción masiva de aldeas que algunos han denominado limpieza étnica es difícil de comparar. El gobierno de Myanmar ha resistido en gran medida los esfuerzos de los partidos externos para investigar y desestimó las acusaciones de las atrocidades.

Cerca de 1600 niños han sido separados de sus familias - una cifra aproximada, dada la escala del éxodo que aún continúa - son aquellos como Shafiq los más vulnerables del conflicto. 

Cálculo duro

Sentado junto a él, como todos los niños en este espacio, Nur Fátima tiene su propia historia de pérdida para contar.

"Mis padres fueron asesinados frente a mis ojos", dice el niño de tan solo 6 años”.

"Apuñalaron a mis padres, rodearon la casa y dispararon continuamente. De alguna manera escapé”.

Nur huyó con su hermana mayor Rojina,  y tardaron 12 días para llegar al campamento en Bangladesh.

"La gente era amable con nosotros y nos alimentaban, de lo contrario no hubiéramos comido", explica. "La mayoría del tiempo estábamos muriendo de hambre".

Al igual que los otros niños aquí, a pesar de dormir en malas condiciones Nur y su hermana lograron encontrar este lugar gracias a la ayuda de un extraño. 

En cambio otros niños estaban acompañados de sus familiares, quienes acudían al centro porque no podían alimentar a sus propios hijos y menos a otros, ya que al huir solamente salieron con los que podían cargar en sus espaldas.

Mientras tanto, el pasado 25 de septiembre la ONU dijo que urgentemente necesitaba $ 30 millones para ayudar a responder a la "inmensa" escala de la crisis.

No te salgas de mi vista

"Es una bendición que estemos aquí. Yo estaba totalmente sin hogar, pero cuando encontré este lugar estaba muy feliz ", dice Fatima, quien pasa su tiempo jugando juegos de mesa con los demás.

Un mes después del inicio de esta última inundación de refugiados rohingyas, y el esfuerzo por determinar cuántos otros niños vulnerables están durmiendo en los hogares de extraños o que corren el riesgo de ser explotados sigue siendo un trabajo en progreso.

El espacio, creado por Save the Children, es un lugar lleno de gente y  muy ruidoso, pero es lo mejor que tienen estos niños.

Para Shafiq, que se vio obligado a comer hojas de los arboles durante su  viaje a Bangladesh, ahora aquí tiene tres comidas al día y juegos de mesa para pasar el tiempo.

Mientras tanto, un cuidador vigila  de no dejar a ninguno de los niños fuera de la vista - rumores de la trata de personas, y las preocupaciones sobre el potencial de la explotación infantil, son abundantes, pero aún difícil de sustentar.

"Juego juegos todo el día, hay alguien vigilando la puerta, así que no siempre podemos salir, ya veces también tengo miedo de salir", dijo Mohamed Belal, de 10 años.

Dice que a su madre le dispararon mientras huía de su pueblo de Kinichi, y su padre, demasiado viejo para moverse rápidamente, fue apuñalado.

Para él, como para los otros niños en esta sala, y para el medio millón expulsado de sus hogares, el futuro sigue siendo profundamente incierto.

"Es bueno aquí, pero me siento inquieto porque mis padres siempre están en mi mente y no puedo controlar mis emociones", dice Belal.

"No sé qué vendrá después, pero algún día me gustaría ser maestra religiosa. Quiero ser capaz de ayudar a la gente. "

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