Crisis siria, cinco años de emergencia - Carta del Director General

Crisis siria, cinco años de emergencia - Carta del Director General

Las manitas de los niños sirios ateridas de frío empujando la valla de alambre de la frontera de Macedonia son tal vez la imagen más latente del drama humano que desde hace ya cinco años golpea a Siria, a los países de la región y en el último año también a Europa.

Los líderes europeos acaban de aportar dinero, aunque no ideas, para desplazar el problema hasta Turquía. Esto no solo nos aleja de los valores del solidaridad que fundaron Europa y del derecho internacional humanitario, que establece claramente que toda persona que huye de una guerra tiene derecho a que su demanda de asilo sea estudiada con rigor en el país en el que se solicita. Tampoco es práctico. Aparcar a los refugiados en campos en Turquía no puede funcionar. Puede llevarles más lejos pero no por ello son menos reales. Abrir nuevos campos sin prever cuánto tiempo van a ser necesarios es crear agujeros negros para los derechos humanos. Y nada ya, ninguna valla, va a parar a quienes huyen del horror.

Para quienes se pregunten por qué esto está pasando ahora y no en 2011, cuando empezó esta guerra, tal vez sea bueno repasar la espiral descendiente de sufrimiento que viven los sirios desde hace cinco años, dentro de Siria pero también en países como Líbano y Jordania, en dimensiones humanas como mínimo cinco veces mayores que las que hoy han amagado en Europa. Hoy tratan de cruzar el Egeo barcas llenas de mujeres y niños porque es la única salida que les queda, porque no pueden aguantar más dentro de Siria, porque la región se ha desgastado y porque la ayuda que les estamos dando es insuficiente.

Desde que comenzase el conflicto miles de sirios han abandonado su hogar: más de seis millones y medio se han movido dentro del país, otros cinco millones han huido a países vecinos. Solo en Líbano hay más de un millón de refugiados, lo que le ha convertido en el país con más refugiados per cápita del mundo. Los más “afortunados” se han instalado en campos, donde las organizaciones internacionales proveen agua y ayuda alimentaria de emergencia. Otros muchos, sobre todo en Líbano, viven en asentamientos informales, pagando por las tierras donde se instalan, por su permiso de residencia, trabajando en el mercado negro… la ayuda desplegada está pensada para una intervención de emergencia, no puede perdurar. Cinco inviernos protegiéndose del frío con lonas, con acceso solo a letrinas de emergencia, esperando una ayuda que se ha visto reducida un 14% en los tres últimos años. Sus mecanismos de adaptación se agotan: ya no pueden endeudarse más, los niños empiezan a trabajar para conseguir algo de dinero, se extiende la mano de obra forzosa para pagar las deudas. La presión sobre los países de acogida también se hace notar. Con los servicios de salud y educación colapsados las tensiones con la población de acogida no tardan en aflorar. Las fronteras se endurecen, la solidaridad regional empieza a dar muestras de agotamiento.

Solo esto es lo que les ha traído a Europa tras cinco años resistiendo. No podemos mirar a otro lado. Ni aquí ni allí.

Olivier Longué
Director General de Acción contra el Hambre

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