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El agua, la principal preocupación

Mauritania y las mujeres

 

La fuerza inspiradora de las mauritanas

Las mujeres mauritanas

“Las mujeres mauritanas son fuertes” he repetido para mis adentros como un mantra durante los 10 días que he pasado en este país subsahariano, árido y azul. Azul más por el cielo que por el agua que tanta falta les hace. Esto nos han dicho todas y cada una de las mujeres con las que hemos trabajado o a las que hemos visitado, las madres de niños desnutridos, las hermanas de hombres que emigraron a otras tierras en busca de una vida mejor (si alguien sabe qué significa esto de “mejor”, que me lo explique, por favor), las hijas de los líderes comunitarios que caminan kilómetros cada día para proveer de agua a las familias.

El agua es la principal preocupación de las mauritanas, en un país donde menos del 1% de la superficie es apta para el cultivo

“Necesitamos agua para nuestros hijos y unos cercos que mantengan al ganado lejos de nuestros huertos (los animales de gran tamaño, los roedores pequeños se cuelan de manera inevitable entre los agujeros de las vallas de alambre)” decía Fatimatu, la madre del bebé Dandé mientras lo amantaba. El agua es la principal preocupación de las mauritanas, en un país donde menos del 1% de la superficie es apta para el cultivo, donde de los ríos solo queda el cauce como un secarral, sin vida, donde los pozos se secan o están contaminados por los cadáveres de animales muertos o bacterias y gérmenes del suelo. Pero también proteger los huertos que permiten a miles de familias ser autosuficientes les preocupa enormemente. Esa agua y esos vegetales –pepino, melón, patata, tomate- forman parte de la canasta diaria de alimentos y además el excedente se puede vender en el mercado.

Acción contra el Hambre lleva años coordinando una cooperativa de mujeres de la región del Gorgol que organiza el trabajo en los huertos, los turnos de siembra y recogida de los frutos de la tierra, el transporte de las mujeres a los mercados y la posterior venta. Increíble cómo funciona todo. Me impresionó especialmente lo clara y fresca que estaba el agua de los pozos que regaban los sembrados (pensad que vivimos 10 días a 45 grados de media y el agua que bebíamos de las botellas de plástico casi hervía) y los paneles solares que mejoraban el funcionamiento del más grande. Parecía que me encontraba en Canarias.

Nada me inspira más que el recuerdo de esas mujeres, tan altas y elegantes, tan inteligentes y entregadas a la supervivencia de sus familias y comunidades. Las que tienen la suerte de vivir cerca del río Gorgol, afluente del Senegal, pueden estar contentas porque al menos disfrutan del agua de la vida cerca de sus casas. Esto les permite, entre otras cosas, lavar la ropa, dar de beber al ganado o incluso zambullirse con sus hijos cuando cae el sol. Una manera estupenda de terminar el día.

 

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