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Día Mundial de la Asistencia Humanitaria: presentamos una guía para ayudar más y mejor en conflictos

16/08/18

34 de los 46 países en los que intervino Acción contra el Hambre en 2017 son países en conflicto o afectados por conflictos. Presentamos una guía para asegurar que los proyectos no contribuyan al conflicto y que este influya lo mínimo posible en los resultados de la intervención.

 

Cómo nuestros proyectos puede nos contribuir al conflicto pero sí a la construcción de paz

“Cada vez nos vemos más obligados a operar en zonas de conflicto abierto, que han desplazado a los desastres naturales o la pobreza como principal causa del hambre en la última década. Esto nos obliga a adaptar nuestros programas continuamente para garantizar la seguridad de nuestros trabajadores y de los destinatarios de nuestra ayuda pero también para evitar que nuestra intervención pueda exacerbar la tensión y para tratar de reforzar con ella  los elementos que pueden contribuir a la generación de paz”, explica el director de operaciones de Acción contra el Hambre, Vincent Stehli.
“Trabajar en contextos de conflicto requiere una serie de medidas específicas desde el momento mismo en que se seleccionan las personas implicadas en el proyecto, tanto los beneficiarios como los socios locales y la composición del equipo local de trabajo”, explica Mayte Valdez, coordinadora de la guía How to integrate conflict sensitivity into project cycle management, que Acción contra el Hambre está compartiendo en este momento con la comunidad humanitaria.

Ayudar sin generar daños, principio humanitario

La premisa humanitaria de “Do no harm” [Acción Sin Daño] parte precisamente de la idea de que “los conflictos están relacionados con la competencia por poder y recursos, de modo que introduciendo nuevos recursos a través de la ayuda, se podrían desafiar o alterar las relaciones de poder y generar o exacerbar tensiones”, se explica en la introducción de la guía.

“La selección de los beneficiarios, por ejemplo, es uno de los momentos clave para el éxito de un proyecto en zonas de conflicto, por las susceptibilidades que podría generar la priorización de una determinada zona geográfica o grupo étnico o religioso”, explica Valdez. En el caso de refugiados o desplazados por conflictos es muy importante integrar de alguna forma en los programas de ayuda a las comunidades de acogida, sobre todo en un momento en el que las personas desplazadas pasan de media 17 años lejos de su hogar. “Aunque la respuesta inicial suele ser de solidaridad espontánea, a medio o largo plazo la presencia de refugiados puede ocasionar una presión sobre recursos naturales o servicios básicos que desgastan la solidaridad local. Si a esto se añade la percepción de que la ayuda es solo para los refugiados en países de acogida muy pobres [Pakistán y Uganda son junto a Turquía los tres países de acogida más importantes] los efectos de la intervención humanitaria pueden llegar a ser dañinos”.

También es determinante la elección de los socios locales y su posición en el contexto, haciéndose muchas veces necesario trabajar con distintos grupos de poder que controlan el territorio para garantizar el principio de acceso directo a las víctimas. “Hablar con todas las partes en conflicto manteniendo estrictamente nuestra neutralidad es un reto para la acción humanitaria”, explica Stehli. La guía explica cómo este mapeo de actores debe basarse no solo en hechos sino también en las percepciones mutuas que unos actores tienen de otros, haciendo aún más compleja la situación.

Los mecanismos de retroalimentación de los beneficiarios adquieren en los contextos de conflictos especial relevancia ya que ofrecen a la población posibilidad de sugerir de forma confidencial posibles correcciones a los programas de ayuda que a veces la población no se atreve a mencionar en reuniones públicas.

La guía contempla también la necesidad de incluir un análisis de género del conflicto “las formas de vivir el conflicto son distintas entre hombres y mujeres, tanto como víctimas o como perpetradores, y es importante tener en cuenta estas diferencias para proteger mejor con nuestros programas, pero también para reforzar potenciales roles positivos para la disminución de la violencia”, explica la guía.

La ayuda humanitaria también puede construir paz

Más allá del alivio del sufrimiento humano, los trabajadores humanitarios pueden integrar en los programas elementos de construcción de paz. La guía facilita herramientas por ejemplo para analizar junto con la población los elementos que les dividen (p.ej. disputas por la tierra, prácticas de matrimonios forzosos, masacres pasadas) y los que les unen (una historia común, permisos tácitos de uso de la tierra y los recursos, la voluntad de pasar página, protección pasada frente a masacres…). “En Cáucaso Sur hemos realizado programas humanitarios que preveían la interacción de comunidades enfrentadas que contribuían a reforzar la paz al tiempo que se mejoraba la seguridad nutricional de las personas. En Colombia las “escuelas para la paz” que creamos desde 1995 se convirtieron en un espacio de protección no solo para niños y niñas sino para comunidades enteras”, explica Stehli, subrayando la necesidad de tener en cuenta las distintas fases del conflicto a la hora de adaptar la ayuda e incluir el rol de la acción humanitaria en el post-conflicto.

 

Cuidar al personal humanitario en conflictos

El trabajo diario en contextos de violencia requiere a menudo una gran resistencia a la tensión, gestión del estrés y trabajo bajo presión. “Es muy importante que nuestros equipos sobre el terreno cuenten con estas competencias antes de la intervención, pero sin duda es clave también asegurar nuestro acompañamiento en la ejecución y después de ella, de forma que sean capaces de resolver posibles casos de estrés post-traumático”, explica la directora de Recursos Humanos de Acción contra el Hambre, Elena Alonso.

La gestión de la seguridad es otra de las piezas clave en la formación de nuestros trabajadores: “nuestra política de seguridad se basa en la aceptación de las comunidades locales como principal mecanismo de “protección” y en un seguimiento diario de los riesgos y las medidas de seguridad necesarias para hacerles frente pero además nuestro personal recibe formación específica sobre cómo afrontar posibles episodios de violencia o cómo actuar durante un secuestro”.

En 2017, 313 trabajadores humanitarios fueron víctimas de algún tipo de ataque según el Aid Worker Security Report 2018: 139 asesinados, 102 heridos, 72 secuestrados. Siria, República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Somalia, Nigeria y Bangladesh constituyen los principales puntos negros para la seguridad de los trabajadores humanitarios.

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