Angie, a golpe de esperanza

Angie solo tiene diecisiete años, aunque de sus palabras se despende una madurez insólita. Esta mujer yukpa, una etnia indígena que tradicionalmente habita en la Serranía del Perijá, entre Venezuela y Colombia, lleva dos años viviendo en un campamento informal a orillas del río Táchira, muy cerca del puente internacional Simón Bolívar, en la ciudad colombiana de Cúcuta. Comparte una carpa hecha con palos de madera y cubierta con lonas de plástico con su hija, su esposo y su cuñado. De momento está bien, pues «comemos todos los días», pero espera volver a su casa, a sentir la tranquilidad que da una pared y un techo. Quizá por eso afirma de manera contundente que «no quiero tener más hijos hasta estar segura de que puedo darles todo lo que se merecen, hasta que pueda ofrecerles unas condiciones de vida mejores».

Valora los esfuerzos familiares por conseguir los avíos para su hogar, el que su esposo se levante cada mañana a las cinco de la madrugada para salir a recoger la chatarra que les da el sustento diario. Pero no quiere que ese sea su medio de vida, ni para ella ni para su hija, que apenas tiene un año. «A mí me gustaría volver a estudiar, terminar el bachiller y criar a mi hija a la vez. Y que el día de mañana ella también pueda ir a la escuela, formarse».

Tras haber recibido atención médica por parte del equipo de Acción contra el Hambre, sonríe por doquier y muestra con orgullo la lozanía de la niña. La pequeña crece con salud ajena a la realidad que se vive a su alrededor, donde no hay acceso a agua segura y donde el arroz se cocina en una olla puesta sobre una candela. Pero su madre se encargará de que su situación cambie: «Vamos a luchar para que ella tenga un futuro, una vida mejor».