Bernardo, migrante venezolano en Colombia: "necesitamos un baño o una carpa para taparnos cuando llueve"

Con tan sólo 24 años, Bernardo ya sabe lo que es tener a su familia diseminada por diferentes partes del mundo. Mientras su madre permanece en Venezuela, sus hermanos y hermanas hace tiempo que migraron a Colombia, donde encontraron trabajo en Bogotá, capital de Cundinamarca, y en el departamento de Santander. Ante la dificultad de seguir alimentando a sus hijos, el joven albañil y su esposa decidieron emprender la marcha hacia el país vecino. En un primer momento dejaron a su hijo e hija a cargo de la abuela en Venezuela. Pero tras un mes y medio en Colombia, optaron por regresar a buscar al niño y a la niña. La abuela ya no podía mantener la carga que suponía cuidarlos, y la pareja no conseguía acostumbrarse a la separación forzosa de sus pequeños. 

Durante ocho días caminaron los cuatro juntos hasta llegar a Bogotá, y se asentaron en el campamento irregular que se encontraba en los alrededores de la estación de autobuses del Salitre, en el sur de la capital colombiana. Allí, a pesar de vivir en la calle, Bernardo afirma que es mejor que haberse quedado en Venezuela. Aunque su hijo, de siete años, no lo percibe igual: “él pregunta por la casa, por todo lo que dejamos a cambio de un colchón y cuatro plásticos”.

Si hay algo que realmente necesitan afirma que es “una ducha, un baño, o una carpa para taparnos cuando llueve”. La falta de estos recursos son lo que hacen que sienta una humillación constante, y un deseo de volver a su tierra natal “siempre que la situación cambie”. Mantiene la esperanza de que la coyuntura, en un futuro no muy lejano, sea otra.

Sea como fuere, en lo que no duda es en que repetiría cada uno de los pasos que lo han llevado hasta aquí, por muy duros o dolorosos que hayan sido, pues su máxima preocupación es el bienestar de su familia, el proveer de comida a los suyos. “Hubo un momento en el que ganaba más jugando a la lotería que trabajando”, pero esto no era un medio de vida, y el futuro requería que buscara otras opciones.

Las que ha encontrado, de momento, son pedir en la calle o esperar a que alguien se acerque con un almuerzo caliente o una manta de sobra. Hay muchas personas colombianas que paran sus coches, abren el maletero y distribuyen cajas de comida y caramelos para los niños y niñas que viven en la calle. Bernardo y María se aproximan al vehículo con sus hijos para que reciban una de las golosinas que se están repartiendo. Esta vez se han hecho con algunos dulces de más. El padre los guarda como si de un tesoro se tratara. “¿Son para mañana?, pregunto. “No, son para venderlos. Así podemos comprar comida para un par de días”, contesta Bernardo. Por lo menos, mañana tienen el desayuno asegurado.

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