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Huamanguilla, donde las prácticas tradicionales son la fórmula contra la desnutrición

Huamanguilla

Acción contra el Hambre  

De una técnica ancestral a la solución a un problema actual

Un estadio convertido en centro de tortura, una ciudad adueñada por la violencia, la muerte esperando en cada esquina por una mínima sospecha o incluso por venganza. El miedo convertido en algo tan habitual como respirar. Hace tres décadas, Huanta fue el escenario de una guerra sin cuartel entre el Ejército peruano y la guerrilla de Sendero Luminoso, y según la Comisión de la Verdad y Reconciliación es la provincia que registra el mayor número de víctimas de todo el Conflicto Armado en Perú entre los años 1983 y 1985.

Hoy la ciudad florece de nuevo: sus habitantes han salido de sus casas, han vuelto a hablar y también a confiar. Sin embargo, el jaleo de los comerciantes y el ruido de las moto-taxis que pululan por las calles, disimula el sonido de las trompetas de la guerra que se viene gestando desde 2010 en toda la provincia. Se trata de la lucha contra la anemia, un síndrome que afecta a uno de cada dos niños en todo país; un enemigo que merma su desarrollo físico, cognitivo y educativo, y que tiene como última consecuencia la perpetuación del círculo de la pobreza

Uno de los centros de operaciones en esta lucha se encuentra enfrente del recinto deportivo que funcionó como zona de muerte en el pasado. Se trata de la planta de producción de Challwa (pescado en quechua), zona de vida en el presente. Aurelia Aguirre es la comandante general de este destacamento y su estrategia se basa en la elaboración de paquetes de anchoveta salada y prensada que puede conservarse durante 90 días sin necesidad de refrigeración.Trabajadora de Sumaq Esmeraldas durante el proceso de secado del pescado El pescado contiene un alto contenido de proteínas esenciales para combatir la desnutrición y la anemia infantil. 

Todo empezó hace tres años, cuando Aurelia era una lideresa comunitaria y madre de tres hijos. «Acción contra el Hambre me contactó para asistir a una reunión con otras mujeres», cuenta Aurelia. «Nos hablaron del proyecto, de formar una empresa social y, aunque a mí me pareció una idea un tanto rocambolesca porque no sabía nada de alimentación, me interesó bastante. Pronto empezaron las capacitaciones y me dije: “Yo sí puedo”», nos cuenta con una gran sonrisa.

Así comenzó la empresa Sumaq Esmeraldas, que está formada por un batallón de mujeres. «En nuestra lucha por acabar con la anemia infantil hemos querido generar empleo femenino», explica esta ayacuchana, ya que considera que «debemos demostrar que nosotras también podemos salir de la pobreza y acabar con la anemia porque como mujeres tenemos mucho que aportar a nuestra comunidad, a nuestro pueblo e, incluso, a nuestro país, ¿por qué no?»

Trabajan a diario en la planta bajo unas estrictas medidas de seguridad sanitaria. Ahí se lleva a cabo todo el proceso de salado y prensado. Una vez listo el producto, van al mercado. «En tan solo tres años hemos abierto tres puntos de venta, pero no nos vamos a quedar ahí. Queremos seguir creciendo», dice Aurelia. Es cierto que la empresa es un éxito, aunque la parte más complicada es la concienciación de la población. «Acá las personas no tienen conocimiento sobre el valor nutricional de la comida y por lo tanto se llenan con hidratos de carbono, pero no se alimentan correctamente», explica esta mujer. El problema es complejo porque no basta con hacer un listado de productos saludables; si no que se trata de enseñarle a las personas a saber conservar sus alimentos.

Sin embargo, Sumaq Esmeraldas no está librando la guerra a solas. En la pequeña comunidad de Yanapampa, Maruja Orejón y Luz Marlene preparan el almuerzo de un martes de noviembre: patatas fritas, tomate, cebolla y unas cucharadas de sangre animal previamente hervida.Plato a base de patatas, tomate, cebolla y sangrecita Cuando sus hijos regresan del colegio devoran la comida y luego empiezan a jugar por la finca entre ovejas, perros, gallinas y algún cerdito. Hace unos años, esta escena hubiera sido completamente improbable: primero, porque la sangrecita era percibida con asco y segundo, porque difícilmente los niños mostraban tanta vitalidad.

En 2012, el porcentaje de anemia infantil entre los menores de cinco años en Yanapampa era de 55% y también registraban 13.6% de desnutrición crónica. El panorama era adverso. Pero a partir del año siguiente, las cifras comenzaron a revertirse. Este cambio se produjo gracias a la intervención de Acción contra el Hambre que empezó a abrir nuevos frentes contra la anemia en las zonas rurales de la provincia de Huanta. Su táctica en este entorno consiste en la recuperación de técnicas precolombinas de preparación y conservación de alimentos ricos en hierro, que sirven para la prevención y tratamiento de la anemia en Perú.

El charqui -ch’arki en quechua- es un método de secado que surgió como respuesta a la necesidad de conservar los alimentos de origen animal, utilizado por las culturas andinas en la época prehispánica. Primero, se sala la carne y se pone a secar. Para paliar la carencia de frigoríficos una estructura de madera con mallas es suficiente para construir el secador artesanal. Los tiempos varían de acuerdo a la textura de la carne. El charqui de sangrecita tarda cuatro días; el de vaca y el de pescado, una semana; el de pollo, tres días.

«Con mis tres hijos mayores apenas preparaba charqui en las comidas porque pensaba que la sangre no servía, así que se la daba a los perros o la tiraba directamente», cuenta Maruja. Esos tres chicos dejaron la escuela porque, según explica su madre, «no podían concentrarse, sacaban malas notas y su salud siempre estaba debilitada por culpa de la anemia». Después, tuvo tres hijos más y cuando nació el pequeño, Roy, con apenas dos kilos de peso y la hemoglobina por los suelos, se dio cuenta que tenía que hacer algo por salvarle. Se unió a las capacitaciones de Acción contra el Hambre y comprendió que la sangrecita y el charqui le podían ayudar a combatir este mal.

Desde 2013, el consumo de charqui ha incentivado la creatividad culinaria: salteados, guisos, bizcochos, mousse… todo con el ingrediente mágico: la sangrecita. «Está científicamente comprobado que media cucharada de charqui de sangre o bazo cubre las necesidades diarias de hierro», dice Alejandro Vargas, el Coordinador de Programas de Acción contra el Hambre en Perú y responsable del estudio «Antropología del rescate». Además, asegura que los resultados son tangibles: «Empezamos en 2013 en Yanapampa con un 55% de anemia en niños menores de tres años y actualmente hemos llegado a cero»

Hoy Roy, de ocho años, es el mejor alumno del tercer curso de primaria  en el colegio Andrés Huamán Pérez, con alrededor de 40 alumnos. «Mi mayor deseo es que mis hijos salgan de esta pobreza y no estén tan esclavizados en el trabajo de la chacra como yo lo estoy», dice Maruja, de 46 años.

Huamanguilla, en pleno centro de actividad contra la anemia, es hoy el mejor ejemplo de esperanza de estas tierras: los niños juegan enérgicamente en el campo, una furgoneta azul pasa anunciando la venta de pescado y las paredes están decoradas con carteles que animan a las madres a acudir con sus hijos a las pruebas de hemoglobina en la posta de salud. Se propugna la lucha contra la anemia y se alaban las técnicas ancestrales de sus antepasados incas.

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