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SUDÁN DEL SUR: UN MÉDICO FRENTE A LA COVID-19

 

El Dr. David Gai Zakayo es médico itinerante de Acción contra el Hambre en Sudán del Sur. Supervisa nuestros programas de nutrición en los centros de estabilización locales a los que apoyamos en el norte de Bahr el Ghazal, con financiación de la Unión Europea. Este artículo fue publicado originalmente en Real Leaders el 24 de abril de 2020.

“Soy médico en Sudán del Sur. Tuve la suerte de crecer en una familia en la que tenía todo lo que necesitaba. Pero cuando salía a jugar, podía oír a otras niñas y niños diciendo que no tenían nada que comer. Algunos no podían ir a la escuela porque sus padres no podían permitírselo. Decidí que, si llegaba a la edad adulta, invertiría todo mi tiempo y energía en ayudar a otras personas.

En Sudán del Sur, los médicos son como soldados. Cuando llega la guerra, no puedes huir. Es nuestro trabajo garantizar a la gente que superaremos esta situación. Sin embargo, en mi interior, sé que las cosas podrían ponerse muy mal. No espero ayuda del exterior, ya que cada uno está sufriendo sus propias dificultades. Pero necesitamos la ayuda. Juntos o solos, como todos los desafíos anteriores, haré frente a esta enfermedad y no mostraré mi miedo. Es mi lucha y mi deber.

La vida aquí es dura. Casi cuatro millones de personas han sido desplazadas debido al conflicto y la mitad de la población se enfrenta a una escasez aguda de alimentos. Solo hay un médico por cada 65 000 personas, frente a casi 20 veces esta cantidad en los Estados Unidos. Las personas que tratamos están entre las más vulnerables del planeta.

Mi equipo y yo atendemos a más de 150 niñas y niños, y mujeres embarazadas cada día, trabajando para prevenir las muertes por desnutrición, malaria, infecciones respiratorias y otros peligros. A veces las familias caminan todo el día bajo el calor a través de polvorientos desiertos y densos bosques, con la esperanza de llegar a nuestros centros de estabilización, mientras su hija o hijo aún tiene vida. He salvado a muchas niñas y niños. A menudo, lo que necesitan cuesta muy poco. Mi corazón se rompe por los muchos que no he podido salvar porque llegaron demasiado tarde. Hay días de esperanza y días de desesperación.

El Dr. David Zakayo trabaja con los padres para tratar a sus hijas e hijos severamente desnutridos.

La amenaza de la COVID-19

Hasta ahora, cuatro personas en Sudán del Sur han dado positivo, pero sospechamos que hay muchas más. He trabajado con el gobierno en un plan de respuesta, con múltiples niveles de acción. Pero nuestro plan choca con la realidad. Con sólo un puñado de ventiladores para una población de 12 millones, el miedo va en aumento.

La Comisión de las Naciones Unidas advirtió recientemente que el pueblo de Sudán del Sur está en mayor riesgo que nunca. Estoy de acuerdo.

Vemos cómo esta pandemia ha golpeado a países como Italia, España y Estados Unidos, que ya contaban con sistemas de salud bien establecidos. Todo el mundo está experimentando la misma amenaza a la salud pública, pero algunos países están más preparados que otros.

Si la COVID-19 se extiende por Sudán del Sur, predecimos una crisis sin precedentes. Un brote será extremadamente difícil de contener. Mi país no está preparado.

La prevención es nuestra única esperanza.

Hemos ampliado nuestros programas de higiene y saneamiento para educar a más personas sobre la importancia del lavado de manos. Requerimos que los pacientes se mantengan a dos metros de distancia mientras esperan a los médicos y hemos separado las camas de los enfermos tanto como es posible en el espacio que tenemos. Hemos preparado habitaciones de aislamiento en nuestros centros de salud para nuestras trabajadoras y trabajadores que puedan estar más expuestos. Estamos capacitando a nuestro personal sobre cómo mantenerse seguro mientras continuamos tratando a las comunidades que necesitan nuestra ayuda.

Una reunión informativa sobre la COVID-19 con nuestro personal en Sudán del Sur, manteniendo la distancia de seguridad.

Cuando la gente viene a nuestros centros, confiamos en nuestros sistemas de prevención de enfermedades. Pero cuando regresan a casa, están fuera de nuestro control. El distanciamiento social será imposible. Muchos de los que han sido desarraigados por el conflicto todavía viven en tiendas a sólo unos centímetros de distancia unas de otras. Los parientes lejanos a menudo viven juntos, a veces en una habitación. El nivel de pobreza es alto. Todos dependen de los demás.

Nuestra cultura nos llama a reunirnos en tiempos difíciles. No puedo imaginar una situación en la que un miembro enfermo de la familia, especialmente un niño, una niña o un anciano, se quede solo. Este es nuestro amor por el otro, y este comportamiento profundamente arraigado, de generación en generación, no cambia de la noche a la mañana.

Tengo muchos parientes viviendo en mi casa ahora mismo. Quedaron atrapados en la capital cuando llegó el confinamiento y, por supuesto, abrí mis puertas. Tengo la suerte de tener varias habitaciones para poder aislar a alguien si se enferma. La mayoría de la gente no puede. A la gente le aterroriza visitar los hospitales, así que vienen a mi casa en busca de consejo médico. No puedo rechazarlos. Seguiré haciendo frente a esta pandemia con la fuerza mental que se requiere en estos tiempos difíciles. Por mí, y por aquellos que me necesitan.”

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