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Una carrera de obstáculos hacia el exilio

Una carrera de obstáculos hacia el exilio

 

"Debo proteger a mi familia y todavía nos queda mucho trabajo por delante"

“¿Habrá ladrones en la estación de tren? ¿Sabes si es seguro? ¿Hacia dónde tenemos que ir ahora?”, pregunta Hassan. Acaba de llegar azorado a la estación de tren de Idomeni, un diminuto pueblo griego que limita con la frontera de la ex república yugoslava de Macedonia. Hassan era doctor en ciencias en la universidad de Damasco, ahora viaja junto a su mujer, su hija y su hijo. “Tenemos miedo de dormir en la calle, con cartones, en estaciones de tren. Antes teníamos una casa bonita y yo siempre he trabajado como profesor en la universidad, no estoy acostumbrado a esto. Debo proteger a mi familia, pero todo esto es nuevo para nosotros. ¡Qué Dios nos bendiga! Nos queda mucho camino por delante”, reflexiona en voz alta en la estación de tren a medianoche mientras espera a que el resto del grupo que venía en su autobús se incorpore junto a ellos y caminen entre la penumbra hacia el siguiente país. Dando un paso más en su extraordinario viaje. “Tan solo buscamos un lugar seguro, estar tranquilos”, explica el profesor.

Como si fuese un siniestro juego, Mohamed Risud, de 20 años, está unos pasos más atrás en esta carrera de obstáculos por la búsqueda de un refugio en Europa. Apenas ha llegado hace un par de días a la isla de Chios, ahora acampa en un parque y espera para poder tomar el ferry de camino a Atenas.

“Nunca pensé que iba a emprender un viaje como este. Huimos de una muerte, hacia otra”, recuerda Mohamed. “Muchas veces, cuando algún vecino o amigo emprendió este viaje o uno similar, le dije que estaba loco, que era una insensatez arriesgar la vida así, ahora debo comerme mis palabras: soy yo quien ha cruzado el mar en una de esas barcas”, explica. Mohamed es de Damasco, Siria, y era estudiante de Ciencias Económicas. “Allí no nos espera ningún futuro más que la guerra”. Ahora Mohamed viaja hacia el centro de Europa, a cargo de sus primos y otros muchachos de no más de 15 años: Salem, Kinam, Tarek, Ahmed y Maishd. “Son buenos chavales, no se quejan, se portan bien. Es mucha responsabilidad hacerse cargo de ellos”. Cruzó hasta la isla de Chios en una pequeña lancha hinchable de 9 metros en la que viajaban 49 personas. “Estábamos en mitad del mar, húmedos, de noche, pasamos mucho miedo”, recuerda.

Hace tan solo unos minutos Fida, Sidad y Malik acaban de cruzar los escasos 17 kilómetros que separan Grecia y Turquía. Están aún mojados pero Siad agarra el teléfono y llama a su cuñada: “Hemos llegado, estamos bien”.

Fida llora de alegría tras hablar con su hermana, embrazada, que se quedó en Siria y con su familia. Mientras, su hijo Malik, de tres años, se recupera del viaje, sin quitarse aun el chaleco salvavidas. Acaban salvar un viaje breve pero extremadamente peligroso y más ahora que los vientos cambian en el Egeo y el mar se vuelve intratable. De hecho, la barca hinchable en la que viajaban ha tenido que ser remolcada por otra barca motora porque estaba a punto de naufragar. Fue el último barco que cargado con 40 personas llegó ayer por la tarde al norte de la isla de Lesvos. Un final feliz para esta familia siria. No paraban de dar abrazos y decir: “thank you, thank you”. Gracias, gracias.

Junto a la familia de Fida, Hassan o Mohamed, son ya más de 300.000 las personas que durante este verano han llegado a la Unión Europa a través Grecia, muchas familias  y niños, muchos menores viajando solos. Pero todas estas llegadas no representan más que el 5% de los desplazados por el conflicto Sirio, que dura ya cuatro años.

Durante el mes de septiembre, un equipo de Acción contra el Hambre, liderado por la coordinadora de emergencias Chiara Saccardi, viajó a las islas del Egeo –Lesvos y Chios–, así como las fronteras terrestres entre Turquía, Grecia y la ex república yugoslava de Macedonia, para comprobar las condiciones en las que se encuentran todas estas personas en tránsito y que viajan por Europa. Huyendo del conflicto de Siria, pero también de otros contextos en los que Acción contra el Hambre está presente desde hace años e incluso décadas como Afganistán, Irak, Sudán, Pakistán o Somalia.

“Llevamos años ofreciendo asistencia en la mayoría de estos lugares, trabajando en Irak, en Siria o Afganistán”, explica Chiara Saccardi. Y añade: “Por ejemplo, en Siria, trabajamos tanto dentro del país, como en los campos de desplazados internos y de refugiados. Ofreciendo asistencia y mejorando las condiciones de vida de 3,5 millones de sirios”.  Acción contra el Hambre es una de las pocas organizaciones presentes en Siria, desde antes del conflicto. Más de 12 millones de personas necesitan ayuda urgente en el país y la mitad son niños.
Se estima que más de 5 millones de niños desplazados dentro del país viven una situación extrema de pobreza y angustia y que al menos otros 2 millones de niños han huido con sus familias y viven como refugiados en países vecinos. “Es muy frustrante ver ahora las condiciones en las que estas familias emprenden estos viajes, de alguna manera siento que es la misma gente con la que hemos compartido tés y nos hemos sentado en sus casas en Siria”, explica Saccardi.

“Es por eso que teníamos la obligación y el deber de ver y evaluar cómo son ahora las condiciones de estas personas en tránsito, que se ven expuestas a abusos, a viajes peligrosísimos, en manos de las mafias o obligadas a dormir a la intemperie o en condiciones de falta de higiene; y todo empeorará con la llegada del invierno”. Pero precisamente por eso, tanto Saccardi como el resto del equipo de emergencias de Acción contra el Hambre recuerdan que es fundamental aliviar la crisis y el éxodo sirio desde el origen.

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