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Historias

Etiopía: Vidas paralelas

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Cuando la guerra estalló en Sudán del Sur, Nyalat y Nyahok huyeron de sus casas con lo puesto, caminaron de la mano de sus hijos y al cruzar la frontera de Etiopía, ambas se refugiaron en la región de Gambela. Sin embargo, a pesar de haber logrado ponerse a salvo, las dos se zambulleron en una profunda depresión desencadenada por la muertes de sus maridos. Las vidas de estas dos mujeres han ido en paralelo durante años, pero no lo supieron hasta que hace unos meses se sentaron en un círculo y compartieron sus historias.

“¿Puedo comenzar a narrar?”, pregunta Nyalat sentada sobre una esterilla con su hijo pequeño entre los brazos. Coge aire antes de continuar: “Vivíamos en una zona tranquila hasta que la guerra llegó y todo cambió para siempre”. Nyalat huyó a pie con sus cinco niños y en el trayecto les robaron todas sus pertenencias: “Nos quitaron las cabras y lo poco que pudimos coger antes de partir. Dormíamos sobre el barro, sin nada con lo que poder cubrirnos; tampoco teníamos ropa, zapatos, agua, ni comida”, especifica.

Etiopía, mujer, bebé, amamantarPasaron seis días en el bosque cuando se enteraron de la matanza: “Ataron a mi marido a un árbol junto a otros hombres y les mutilaron con machetes. Finalmente les dieron muerte con un disparo”. A partir de ahí, Nyalat perdió el rumbo. “Dejé de buscar alimento, de recoger leña... Me pasaba los días llorando”. Después se establecieron en el campo de refugiados de Nguenyyiel su situación mejoró ya que pudieron acceder a los bienes más básicos, pero las pesadillas le perseguían. “Incluso si trataba de olvidar los malos pensamientos y ser positiva, en la noche resurgían los fantasmas. Una vez llegué a pensar en reunir a todos mis hijos y tirarlos a un pantano para que todos muriésemos”. Acabar con la vida para dejar de sufrir.

La odisea de Nyahok comenzó en Kaldak “Todos salimos corriendo en direcciones diferentes. La zona estaba bajo el control de los dinka, que mataron a mi marido y a mi tío. Los niños y yo huimos porque pensábamos que también moriríamos, así que nos escondimos en el bosque”. Era la estación de lluvias y Nyahok se desplazó por varias regiones buscando refugio hasta que llegaron a la frontera etíope en marzo de 2017”. Nyahok hizo todo el trayecto con la única motivación de salvar la vida de sus hijos, sin embargo al llegar al campo de refugiados su mundo se vino abajo: lo que le había mantenido en movimiento por el instinto de supervivencia, se derrumbó al detenerse. “No podía dormir, solo lloraba por la muerte de mis padres, de mi marido y de mi tío. Entonces pensaba a menudo en el suicidio”, cuenta aún afligida al recordar su historia.

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Lo que salvó a estas mujeres fue darse cuenta de que no están solas

Para los 400,000 refugiados de Sudán del Sur en Gambela, al oeste de Etiopía, la vida sigue siendo una lucha diaria y la posibilidad de regresar a su hogar sigue siendo un sueño lejano. Las condiciones de vida en los siete campamentos no es fácil y en Nguenyyiel, el más nuevo y grande, que acoge a cerca de 75,000 personas, el 88% son mujeres y niños, la población más vulnerable. Según los datos recogidos por los equipos de Acción contra el Hambre, el 68 por ciento de las mujeres embarazadas y madres lactantes en el campo tienen problemas psicológicos, que van desde niveles elevados de depresión, ansiedad y miedo agudos, síntomas psicosomáticos, autolesiones y pensamientos suicidas, abuso de sustancias y síntomas psicóticos. Esto afecta no solamente a ellas, si no también a sus familias, especialmente a los niños.

Nyahok y Nyalat acudieron al centro de Acción contra el Hambre en Nguenyyiel y el equipo de apoyo psicosocial les incluyó en las terapias grupales e individuales. “Durante las primeras sesiones, ellas estaban muy deprimidas, pero poco a poco se fueron abriendo”, cuenta Alehefy Hastami, jefe del proyecto. “Aquí les proporcionamos apoyo psicológico para ayudarles a desarrollar su capacidad para enfrentar y procesar sus dificultades y traumas”, explica. Los problemas psicológicos pueden llegar a dificultar la capacidad de las madres lactantes en amamantar, cuidar y alimentar a sus niños pequeños. Esto puede llevar a la desnutrición y otros problemas derivados.Etiopía, mujeres, refugiadas

Entre las actividades destinadas a mejorar el bienestar psicológicode estas mujeres Acción contra el Hambre forma grupos de apoyo entre las madres. Consiste en un espacio donde pueden reunirse para hablar, cantar, compartir experiencias y aprender sobre lactancia materna exclusiva, higiene y otras prácticas importantes sobre el cuidado infantil que ayudarán a prevenir la desnutrición. Durante estas sesiones, Mary, la trabajadora psicosocial del centro, hace hincapié en pasar un mensaje clave: “Mientras haya vida, hay esperanza” y que juntas es más fácil porque “todos necesitamos de otr os para salir adelante”.

Etiopía, mujeres, refugiadasNyahok lo comprendió rápido porque asegura que a partir del día que entró en el programa se dio cuenta de que no está sola: “Acción contra el Hambre me abrió los ojos”. Ahora ella es la mejor embajadora del programa ya que al compartir su historia con otras mujeres, consigue motivarlas a salir adelante. Además, la comunidad de refugiadas se ha convertido en su nueva familia. Nyahok dice que antes apenas tenía trato con las otras muejers, pero ahora “tu vecina puede tratarte como una hermana: si te enfermas por la noche, puede visitarte y si tienes malos pensamientos, ella puede sacarlos de tu mente”.

Por su parte, Nyalat asegura que también experimentó esta transformación: “Me aconsejaron ser fuerte y no dejarme vencer por lo sucedido en el pasado. Ahora sé que no soy la única que ha perdido un marido y debo mirar al futuro y concentrarme en sacar adelante a mis hijos”, coge aliento y afirma convencida: “He comenzado una nueva vida”.

Reportaje de Lys Arango en Gambela (Etiopía), junio de 2019

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