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Descubre a las defensoras en la lucha contra el hambre en América Latina: tres mujeres que nos inspiran

06/03/24

© Acción contra el Hambre 

La inseguridad alimentaria afecta de manera desproporcionada a las mujeres en comparación con los hombres en todas las regiones del mundo. Esta disparidad se acentúa en el contexto latinoamericano, marcado por una crisis profunda y multidimensional, donde la inseguridad alimentaria severa casi se ha duplicado desde 2014, y la pobreza extrema es superior a la de hace 20 años. Además, las mujeres en la región son más propensas a la pobreza que los hombres, y la brecha de género en cuanto a ingresos y participación laboral se ha ampliado dramáticamente, especialmente durante la pandemia, lo cual ha representado un retroceso de casi dos décadas en la participación femenina en el mercado laboral.

Sin embargo, en medio de estos desafíos abrumadores, mujeres de toda América Latina están generando un impacto significativo día tras día, luchando contra el hambre y fortaleciendo su resiliencia y empoderamiento. Han tenido que enfrentarse tanto a desastres imprevistos como a desafíos estructurales a largo plazo, incluyendo crisis climáticas, sanitarias y económicas que afectan a su seguridad alimentaria, nutrición, salud, y dimensiones productivas y económicas.

En el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer, queremos destacar el trabajo de tres mujeres que nos inspiran, cuyas acciones han tenido un impacto significativo en la lucha contra el hambre en algunas de las zonas más vulnerables de América Latina. Mujeres que se hacen grandes frente a los retos y que afrontan con determinación las dificultades a las que se enfrentan.

Mujeres y comunidades indígenas frente a la crisis del coste de la vida: la historia de María Magaly, en Guatemala

María Magaly es una joven consejera nutricional de su comunidad La Puente, departamento de Chiquimula (Guatemala), donde promueve la participación activa de los y las jóvenes en las actividades comunitarias. Tiene 18 años y es la mayor de seis hermanos. En 2022 inició un trabajo que le permitió seguir con sus estudios de secundaria. En ausencia de becas, y ante los escasos recursos de las familias, trabajar y estudiar es la única opción para la mayoría de los y las jóvenes guatemaltecos/as.

“Mi vida antes de empezar a formarme como consejera de nutrición y salud con el apoyo de Acción contra el Hambre era muy diferente, pero ahora sabemos que todo lo que nosotras hacemos, está saliendo bien y va llegando para el bien de nuestra comunidad y más que todo para los niños menores de dos años y mujeres embarazadas”. Aunque inicialmente tuvo dudas sobre su participación en las consejerías, María Magaly señala que se convenció al ver el provecho que traería a su comunidad: “Me ha gustado que hay señoras que sí practican todo lo que se les enseña en las visitas, y eso me alegra mucho, porque sé que esto trae mejoras para sus hijos e hijas, que se enferman menos y crecen mejor. Para mí es un gusto poder apoyar a toda la comunidad y a todas las personas que vienen de las instituciones, y que todo se pueda llevar a cabo”, dice sonriente.

María Magaly proviene de una familia rural con unos medios de vida muy limitados, de manera que la remuneración económica que recibe por su trabajo ayuda en la compra de alimentos y otros productos básicos para su familia: “Es una gran ayuda para mí, porque antes de que comenzara no tenía dinero para vestirme, mi mamá nos compraba cuando podía o pedía fiado a una señora. Ahora me puedo vestir yo sola con el aporte que nos dan, y también ayudo un poco en mi casa”.

Contexto en Guatemala: según los últimos datos disponibles las mujeres guatemaltecas apenas poseen el 15% de la tierra para cultivar. La mayoría de las mujeres centroamericanas cultivan tierras que no les pertenece, sino que acceden a ella a través del alquiler o el préstamo. Esto implica que no pueden decidir libremente qué y cómo producir, no saben si el siguiente año podrán volver a sembrar y deben entregar una parte de la cosecha o de los beneficios al propietario de la tierra.

Mujeres y niñas sufren mayores restricciones como consecuencia de la violencia armada: la historia de Ángela, en Colombia

En una de las comunidades de Putumayo (Colombia) que ha sido constantemente afectada por la presencia de distintos Grupos Armados No Estatales, vive Ángela, una profesora que sabe que su labor garantiza no solo la educación, sino también, la seguridad alimentaria de los niños y niñas. Para la escuela, no fue fácil encontrar una docente que permaneciera en la vereda, ya que han ocurrido hechos de violencia que han dejado una huella imborrable en la comunidad. En total hay 14 estudiantes matriculados en la escuela, de ellos, solo 5 tienen acceso a alimentación escolar, “Yo también tomo de mi salario para ellos, no los voy a dejar aguantando hambre, si tenemos comida para 5 la multiplicamos para los 14, yo sé que vienen sin desayunar y cuando vuelven a sus casas no prueban bocado de comida”, indica Ángela, quien no solo destina de sus recursos para la alimentación de sus estudiantes, sino también para materiales educativos.

La profesora se ha encargado de mantener y financiar las necesidades que hay en la escuela, y cada día destina 4 horas para preparar los alimentos a su grupo de estudiantes, “estamos en una zona de conflicto y es difícil para las mujeres llevar a sus hijos e hijas a la escuela porque hay muchos peligros, además yo sé que ellas no tienen para darle todas las comidas a sus hijos e hijas, y muchas veces dejan de comer por alimentarlos”.

Estar en medio de una zona en constante conflicto armado, que restringe la movilidad y el acceso a los alimentos, pone en riesgo la seguridad alimentaria de las personas. Para Ángela, financiar y preparar los alimentos de sus estudiantes afecta los ingresos destinados a su propio sustento y el de su familia, llevándola a vivir en la bodega de la escuela, sin la posibilidad de acceder a una vivienda digna, “Yo me salto el desayuno porque hay que hacer rendir la comida, al almuerzo siempre como mi arroz y los frijoles o lentejas […] podría pagar por mi almuerzo, pero también tengo mis deudas y como no vivo con mi esposo ni mis hijos, sino que vivo en la escuela, les tengo que enviar plata cada mes para que alcancen a cubrir los gastos”. Así mismo, sabe que nunca obtendrá remuneración por cuidar y proteger a sus estudiantes, pero también tiene la certeza de que está cumpliendo con su vocación.

Ángela y su escuela, así como la comunidad en que habita, fueron parte de nuestro proyecto “Alianza Amazonía”, a través del cual hemos proporcionado filtros de arcilla que les permiten acceso a agua potable. Este proyecto se centra en la atención de zonas rurales de difícil acceso en la región amazónica colombiana, conectando y atendiendo poblaciones donde el acceso humanitario institucional y de servicios básicos es limitado.

Contexto en Colombia: en Colombia, uno de los factores que incide en la inseguridad alimentaria son las dinámicas de la violencia armada. Las restricciones en la movilidad en la gestión de las dinámicas comunitarias y domésticas, afectando en especial la seguridad y autonomía de las mujeres y niñas. Para ellas, las restricciones ligadas a la violencia significan reducir aún más su movilidad, afectada ya previamente por los roles preestablecidos en las comunidades rurales, priorizando el desplazamiento de los hombres y adolescentes varones por los riesgos de contexto y excluyéndolas de roles productivos o de generación de ingresos. Estos factores disminuyen los aportes económicos generados por las mujeres, incrementando su dependencia frente a los integrantes masculinos del hogar.

Mujeres fuertes en territorios difíciles: la historia de Dora Prado, en Perú

En algunas zonas rurales, a la pobreza se suman las dificultades por las bajas temperaturas y los traumas derivados del terrorismo. Uno de esos sitios es el centro poblado de Porta Cruz (en la provincia de Huanca Sancos - Ayacucho), donde la señora Dora Prado trata de sacar adelante a sus cuatro hijos con la venta de lácteos que ella misma produce, gracias al impulso económico que le dio el proyecto “Vives Emprende” de Acción contra el Hambre.

“Me dedico a la agricultura y ganadería para mantener a mis cuatro hijos. Mi esposo está enfermo en Lima hace tiempo”, cuenta. Ella tiene a su pareja en tratamiento y desde hace tres años se encarga de ser padre y madre en casa. Se dedica a la comercialización de yogurt, queso, manjar blanco y licor de leche, y busca oportunidades para crecer como emprendedora, pues solo logra vender en una comunidad cercana.

Dora enfrenta la ausencia de su esposo, la dureza de las heladas que azota a sus animales, además de la falta de infraestructura y dinero para llevar sus productos a ciudades con más clientes potenciales. A pesar de ello, busca la forma de darle educación y alimentación a sus niños menores, pues los mayores se encargan de apoyar en el negocio.

Contexto en Perú: según los datos del Informe “Perú: Brechas de Género 2020” (INEI), el 43,5% de mujeres rurales manifiesta no contar con ingresos propios, mientras que en los hombres esta cifra representaba al 12,7%. En la misma línea, la FAO (Food and Agriculture Organization) reporta que las mujeres en las áreas rurales tienen menor acceso a la tenencia de tierras, además de menor acceso a créditos y seguros para potenciar su trabajo agrícola.18 Por esta razón es importante promover el acceso a medios de vida en entornos rurales por parte de las mujeres, empezando por reforzar sus habilidades técnicas.

Si quieres seguir leyendo, descárgate la publicación Mujeres en la lucha contra el Hambre, un informe que examina datos e historias de mujeres y niñas de Honduras, Nicaragua, Guatemala, Colombia y Perú, abordando temas que ponen en evidencia la alarmante situación a la que se enfrentan las mujeres en la región, como la violencia de género, la migración, la salud sexual y reproductiva, la seguridad alimentaria o el acceso a medios de vida.

 

 

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