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Estudiar en medio de la tragedia, un camino para salir adelante

Duha alAshkar, de 49 años, es maestra en una escuela de Alepo © DEC para Acción contra el Hambre  

Duha alAshkar, de 49 años, es maestra en una escuela de Alepo. Tiene cuatro hijos y es viuda; su esposo falleció poco antes del terremoto de que sacudió el país en febrero. Desde entonces, ella y sus hijos viven en el refugio de Abulkasem alShabi, ya que su casa quedó gravemente dañada, y se vieron obligados a abandonarla.

Antes de eso, Duha y su familia ya había abandonado su casa otra vez a causa de la guerra. La mujer explica que, antes del terremoto, las viviendas ya estaban deterioradas: “Nuestras casas tenían grietas; no podíamos arreglarlas. Cuando regresamos al barrio, después del desplazamiento por la guerra, tuvimos que arreglarlo todo a mano, solo para poder quedarnos. Solo podíamos arreglar algunas cosas pequeñas como las puertas, los baños... Por eso, cuando ocurrió el terremoto, como las casas no se habían reparado adecuadamente, se derrumbaron.”

Duha todavía estaba de luto por el fallecimiento de su marido, cuatro meses antes, cuando el país tembló. “Vivíamos y salíamos adelante por la gracia de Dios. Mis hijos estudiaban, dos de ellos estaban en el 12º grado, uno en el 11º grado y otro en el 10. Yo soy empleada, y nos las arreglábamos para vivir con un solo sueldo. La vida era muy cara y muy complicada”, cuenta. La situación ya era muy delicada para la familia de Duha, así como para muchas otras familias sirias; los precios eran muy altos, y los salarios muy escasos.

Sin embargo, los obstáculos crecieron cuando sucedió el terremoto. El principal fue el nivel de pobreza que alcanzó la población. “Es cierto que antes llevábamos una vida muy humilde, pero, con el terremoto, nos hemos vuelto muy pobres. No solo nuestra familia; todas las familias. Hay mujeres que perdieron a sus maridos; ahora tenemos muchas mujeres viudas. Tenemos niños que perdieron sus extremidades”.

El refugio de Abulkasem alShabi era originalmente una escuela, por lo que Duha y sus cuatro hijos no tuvieron acceso a muchos de los servicios básicos durante sus primeros días allí. No había baños suficientes, duchas suficientes, no había iluminación, ya que el barrio de Hanano no tenía electricidad desde que llegó la guerra. “Éramos 210 familias usando solo 5 baños y sin duchas. Estuvimos 15 días sin tomar un baño”, dice la mujer.

Luego, algunas organizaciones llegaron al refugio y empezaron a intervenir. Los equipos técnicos de Acción contra el Hambre instalaron nuevos inodoros, nuevos grifos de agua corriente, duchas prefabricadas. Aumentaron el número de instalaciones de aseo e higiene hasta que fueron suficientes para todos. Construyeron tres baños en cada piso, un total de nueve. Instalaron paneles solares. “Aquello sí que fue un gran avance. Antes de eso teníamos miedo de caminar por aquí durante la noche, el patio es muy grande y la zona está muy oscura. Usábamos nuestros móviles para alumbrarnos un poco, pero ahora, con el sistema de energía solar, tenemos luz y agua caliente. De alguna manera, es como si la vida se hubiese vuelto 'normal', como si estuviéramos en nuestras casas”.

Además, el refugio estaba muy abarrotado. Durante las primeras semanas, hasta 10 o 15 familias se alojaban en la misma habitación sin ninguna privacidad. Acción contra el Hambre trabajó por dividir los espacios para que cada familia tuviera su propio sitio, con taquillas e iluminación propia, lo que mejoró la privacidad y la intimidad de las personas y familias desplazadas.

Los hijos gemelos de Duha estaban estudiando para su examen final de bachillerato y acceso a la universidad cuando se vieron obligados a evacuar su casa por el terremoto. “Al llegar aquí, éramos alrededor de 1200 personas refugiadas. Mucho ruido. Pero, gracias a Dios, los dos pudieron aprobar sus exámenes; el chico pudo ir a la facultad de química y la chica a la de asesoramiento psicológico. Me puse muy feliz cuando conocimos los resultados. Lloré mucho, también, recordando a su padre que falleció hace alrededor de un año. Ojalá hubiera podido estar aquí conmigo en ese momento”, cuenta la mujer. Cuando conocieron la noticia, Duha y sus hijos fueron a visitar a su padre, en el cementerio, para contarle que habían logrado aprobar, un logro muy importante en Siria.

Ella y su marido habían trabajado muy duro para que sus hijos pudieran ir a la universidad. También sus hijos, que lograron buenas calificaciones en unas circunstancias muy complicadas; primero, la muerte de su padre, luego, el terremoto y el desplazamiento.  Pero su hijo tiene grandes sueños. De hecho, Duha dice que no está satisfecho con su nota; quiere volver a hacer el examen para lograr entrar en la universidad de medicina y convertirse en neurólogo. Algo que, confiesa, le preocupa, ya que podría costarles mucho dinero en clases de refuerzo debido a que la situación de las escuelas empeoró mucho durante la guerra –muchos maestros y maestras abandonaron el país o murieron–, y, ahora, la mayoría de los profesores carecen de experiencia.

“Nuestro principal problema ahora es que no podemos regresar a nuestra casa. Está destruida. Y, cuando nos ordenen evacuar el refugio para usarlo nuevamente como escuela, no sabemos qué vamos a hacer. Dicen que nos darán un pago en efectivo de entre 3 y 4 millones de libras sirias para ayudarnos a alquilar otro lugar, pero ¿y después?”, es la pregunta que se hace Duha, como muchas otras personas, sobre el futuro que les espera después, a partir de finales de noviembre, cuando fueron notificados de la evacuación del refugio.

La familia necesita más dinero del que tiene disponible para poder sobrevivir. Las necesidades de sus hijos son enormes, necesitan comida, ropa. La labor de las organizaciones fue fundamental al principio, repartieron alimentos, comidas calientes, bocadillos; pero con el paso del tiempo su trabajo ha ido disminuyendo. “La situación empeora por momentos. Si quisiera comprar el desayuno para mis hijos, necesitaría una gran cantidad de dinero. También necesitamos dinero para la inscripción universitaria, para el transporte y para alfombras y combustible, ya que se acerca el invierno”.

“¿Ahora? Ahora no tengo esperanza en absoluto. Solo deseo que podamos tener nuestra propia casa para establecernos y que mis hijos continúen su educación como es debido. Aquí, en el refugio colectivo, no pueden estudiar como deberían. Esto no es una casa de verdad”. Lo más importante para Duha y su familia ahora es encontrar una casa donde establecerse, seguir progresando y lograr que sus hijos alcancen sus metas. “Verlos sobresalir, tener éxito, graduarse en la universidad, casarse, tener hijos. Este es mi mayor propósito en la vida.”

 

 

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