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Historias

Mucho sufrimiento, un poco de esperanza: la historia de Fátima

 

Con una gran sonrisa, pero un rostro preocupado, Fátima Bashir reparte dulces a quienes llegan a la "casa" de la familia para dar la bienvenida al recién nacido, su nieto. En realidad, la casa de Fátima no es una casa real, es más bien una habitación en un refugio en Alepo, donde la familia vive junto a otras diez familias más, desde que su verdadera casa fue gravemente dañada en terremoto entre Turquía y Siria, en febrero de 2023.

"Aquí vivo con mi hija, mi hijo y la familia mi otro hijo, que tiene dos niños. Nos las arreglamos, gracias a Dios, pero la situación se vuelve más complicada con cada día que pasa", cuenta la mujer de 56 años. Esas dificultades no se deben únicamente al terremoto; la familia ya vivía una situación económica muy delicada en los últimos años.

Fátima explica: "Me divorcié hace 15 años. Dios sabe cómo crie a mis hijos, algo de lo que me siento muy orgullosa". Con lágrimas en los ojos, continúa: "Trabajo como limpiadora en una escuela pública, y mi salario mensual no supera las 200.000 libras sirias (no más de 18 USD). Mi hijo trabajaba en una fábrica textil, el otro sirvió durante cerca de diez años en el ejército y regresó con lesiones permanentes. La situación se ha vuelto muy difícil en los últimos dos o tres años después de esto, y, ahora, todos nuestros salarios no son suficientes para cubrir nuestras necesidades diarias". Desde el estallido del conflicto, la economía siria se ha deteriorado enormemente, y la ONU ya estima que el 90% de los sirios viven sumidos en la pobreza.

Antes, la familia vivía en una casa en el barrio de Masaken Hanano, en Alepo. Tuvieron abandonar esta casa durante varios años en los que la zona fue escenario de fuertes enfrentamientos, y, cuando regresaron en 2017, encontraron un domicilio "sin absolutamente nada". Sin puertas, sin ventanas. Sin ninguna infraestructura básica. "Construí aquella casa con las libras que gané, con trabajo y mucho esfuerzo, pero la guerra nos la arrebató. Sin embargo, no teníamos otra opción que trabajar duro nuevamente para rehabilitarla. Año tras año, cada vez que podía ahorrar un poco de dinero, lo usaba para arreglar una puerta, una ventana o algo en el baño. Seis días antes del terremoto, compré una nueva puerta interna, y estaba muy feliz", dice Fátima.

La mujer recuerda la noche del terremoto con miedo y dolor: "Huimos sin nada, apenas tuve tiempo de vestirme. Cuando regresamos, unas horas después, nos impactó ver cómo había sido dañada la casa: todas las paredes quedaron agrietadas, y ahora la casa necesita una seria rehabilitación. Otra vez. ¿Qué puedo decir?". La casa de la familia es una de las más de 5000 casas que resultaron gravemente dañadas o destruidas en Alepo después del terremoto, según las cifras del centro de operaciones de la ciudad. Las pérdidas de la familia no se limitaron a la casa, ya que el hijo perdió su trabajo en la fábrica y ahora depende del trabajo casual, que no es suficiente para mantener un buen nivel de vida.

Desde febrero, la familia vive en el refugio colectivo de Abu alKassem alShabi, una escuela donde otros cientos de familias acudieron temiendo nuevas réplicas del terremoto. Mes tras mes, algunas de ellas pueden permitirse regresar a sus casas, que continúan parcialmente dañadas. Pero alrededor de 70 familias todavía no tienen otro lugar al que ir, y siguen viviendo allí. Cada familia tiene un espacio separado dentro de una de las aulas, y comparte todas las demás instalaciones –como aseos, inodoros y lavandería– con las demás familias. Todos ellos pasan mucho tiempo juntos en el patio, o dentro de la propia escuela, ya que sienten que se han convertido en una gran familia.

Dentro del refugio, que es apoyado por muchas organizaciones locales e internacionales, la familia de Fátima ha recibido alimentos, kits de higiene, detergentes, comida caliente y dinero en efectivo por una vez, lo que les ha ayudado a mejorar su situación, hasta cierto punto. Además, la labor de Acción Contra el Hambre para rehabilitar el refugio también ha tenido un impacto positivo en su rutina diaria, ya que consiguieron más privacidad separando sus habitaciones de las de los demás, pudieron asegurar su higiene mejorando la situación del agua y de los baños –que se hicieron más fáciles de usar–, y los paneles solares garantizaron la iluminación y la electricidad tanto de día como de noche.

En cuanto a sus necesidades de cara a los próximos días, Fátima cuenta: "Apenas estamos gestionando nuestra vida en el día a día. Como todo el mundo sabe, los precios han subido como locos desde el terremoto. Yo necesito una cirugía urgente para mis ojos, algunos exámenes del corazón y arreglar mis dientes lo antes posible, pero no puedo permitirme eso en absoluto. Especialmente porque ya pago mucho cada mes solo por mis medicamentos regulares".

Pero, ahora, el mayor temor de Fátima y de todos los residentes del refugio es el plan para evacuarlos a finales de noviembre y darles una compensación económica de alrededor de 400 dólares estadounidenses que les ayude a alquilar una casa por su cuenta. La mujer explica que esto les servirá solo por un período determinado, tal vez les ayudará a alquilar una pequeña casa y cubrir algunas necesidades básicas, pero que, lo que realmente necesitan, es una solución permanente.

Hoy, como todos los días, la mujer sale de la habitación, pasa un tiempo con otras mujeres dentro del refugio, charlando sobre sus preocupaciones y esperanzas. Después regresa a la habitación para asegurarse de que el recién nacido y su madre continúan bien. Esta podría ser la única alegría que su familia ha tenido en los últimos meses, y, aunque Fátima está preocupada por el futuro del bebé en medio de las complicadas circunstancias, solo puede esperar días mejores para su familia.

"La vida es difícil, pero no tenemos otra opción que estar satisfechos con lo que tenemos e intentar mejorar nuestra realidad", concluye con voz afligida.

En sus propias palabras: Fátima Bashir

Mi nombre es Fátima Bashir, tengo 56 años, y vivo aquí, en el refugio colectivo, con mi hija, mi hijo y la familia mi otro hijo que tiene dos niños. Nos las arreglamos, gracias a Dios, pero la situación se vuelve más complicada con cada día que pasa. Estas dificultades no se deben únicamente al terremoto; ya vivíamos en una situación económica muy delicada en los últimos años.

Me divorcié hace 15 años. Dios sabe cómo crie a mis hijos, algo de lo que me siento muy orgullosa. Trabajo como limpiadora en una escuela pública, y mi salario mensual no supera las 200.000 libras sirias (no más de 18 dólares estadounidenses). Mi hijo trabajaba en una fábrica textil, el otro sirvió durante cerca de diez años en el ejército y regresó con lesiones permanentes. La situación se ha vuelto muy difícil en los últimos dos o tres años después de esto, y, ahora, todos nuestros salarios no son suficientes para cubrir nuestras necesidades diarias.

Antes vivíamos en nuestra casa, en el barrio de Masaken Hanano, pero tuvimos que abandonar la casa durante varios años, cuando se produjeron fuertes enfrentamientos en la zona. Cuando regresamos, en 2017, encontramos una casa "sin absolutamente nada". Sin puertas, sin ventanas. Sin ninguna infraestructura básica. Construí aquella casa con las libras que gané, con trabajo y mucho esfuerzo, pero la guerra nos la arrebató. Sin embargo, no tuvimos otra opción que trabajar duro de nuevo para rehabilitarla. Año tras año, cada vez que podía ahorrar un poco de dinero, lo usaba para arreglaba una puerta, una ventana o algo en el baño. Seis días antes del terremoto, compré una nueva puerta interna, y estaba muy feliz.

Cuando ocurrió el terremoto, huimos sin nada, apenas tuve tiempo de vestirme. Cuando regresamos, unas horas después, nos impactó ver cómo había sido dañada la casa: todas las paredes agrietadas, y ahora la casa necesita una seria rehabilitación. Otra vez. Pero nuestras pérdidas no se limitaron solamente a la casa, ya que mi hijo perdió su trabajo en la fábrica y ahora depende del trabajo casual, que no es suficiente para mantener un buen nivel de vida.

En febrero nos mudamos al refugio colectivo de Abu alKassem alShabi, una escuela donde cientos de familias acudieron también, temiendo nuevas réplicas del terremoto. Poco a poco, cada vez éramos menos, y ahora solo quedamos alrededor de 70 familias, que aún vivimos aquí porque no tenemos otro lugar al que ir. Tenemos un espacio separado dentro de una de las aulas, y compartimos con otras familias instalaciones como los aseos, los inodoros o la lavandería. También pasamos mucho tiempo juntos en el patio o dentro de la escuela. Nos hemos convertido casi en una familia.

Aquí hemos recibido alimentos, kits de higiene, detergentes, comida caliente y dinero en efectivo para una vez. Todo eso nos ayudó a mejorar nuestra situación, hasta cierto punto. Además, lo que Acción Contra el Hambre hizo para rehabilitar el refugio también tuvo un impacto positivo en nuestra rutina diaria, ya que conseguimos más privacidad al separar las habitaciones, la situación del agua y del baño mejoraron y el aseo se hizo más fácil de usar, y los paneles solares garantizaron la iluminación durante el día y la noche.

Sin embargo, apenas podemos gestionar nuestra vida en el día a día, ya que, como todo el mundo sabe, los precios han subido como locos desde el terremoto. Yo necesito una cirugía urgente para mis ojos, algunos exámenes del corazón y arreglar mis dientes lo antes posible, pero no puedo permitirme nada de eso en absoluto. Especialmente porque ya pago mucho cada mes solo por mis medicamentos regulares. Pero, ahora, nuestro mayor temor el plan que existe para evacuarnos a todos del refugio a fines de noviembre, y darnos una compensación de alrededor de 4 millones de libras sirias para ayudarnos a alquilar afuera. Esto nos ayudará solo por un período determinado, tal vez para alquilar una pequeña casa y cubrir algunas necesidades básicas, pero lo que realmente necesitamos es una solución permanente.

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